De Padawan a Maestro Jedi al finalizar Curso Programación iPhone Bogotá
Finalizado el Curso Programación iPhone Bogotá, el sábado mi padawan Martín Meneses tuvo la amabilidad de invitarme a conocer Bogotá y los alrededores. Tras recogerme en el hotel a las 9:00 partimos para la primera escala: la Catedral de Sal. La idea era llegar pronto antes que los “trancones” (atascos) de Bogotá nos dificultasen la vida.
Ultimo día en Bogotá
La Catedral de Sal
La catedral está dentro de unas minas de sal, en una zona ya no explotada (la mina sigue activa y tiene para rato). Se trata de una catedral excavada dentro de la mina, originalmente por los propios mineros y después apoyado por un equipo de arquitectos. Se encuentra en las afueras de Bogotá, en un pueblecito llamado Zipaquirá. El paseo, que no es apto para claustrófobos se desarrolla por una de las entradas a la mina, con un guía que te va explicando la historia de la mina y la catedral. La entrada principal representa el Calvario de Cristo, con sus respectivas estaciones en antiguos socavones de extracción.
La catedral funciona como tal y hay misas e incluso bodas. Lo curioso, es que mientras la novia va por otra entrada antes transitada por camiones, al novio le hacen seguir la entrada principal, recorriendo todas las estaciones del Calvario, terminando en el Altar. Después dirá que no fué avisado….
El lugar es muy bonito y las fotos no hacen justicia. Los leds de colores en realidad son bastante discretos y realzan la belleza de la obra, sin dar el aspecto discotero que tiene en las fotos.
Una vez comprados algunos recuerdos en las profundidades (el papel del turista es comprar tonterías y hacerse notar, no lo olvidemos) partimos para al segunda escala: Zipaquirá “downtown”.
Zipaquirá
Se trata del típico pueblecito colonial de la América española: plaza de armas con Iglesia y ayuntamiento frente a frente. Me recordaba un poco los pueblos de la región de mi mujer en Brasil.
Espionaje industrial en Cajicá
De aquí fuimos a otro pueblo camino de Bogotá, llamado Cajicá, donde vive Martín, a recoger a su hija Alejandra que también quería ir al Museo del Oro en Bogotá. También tuve la oportunidad de saludar a su esposa y conocer a su hijo mayor, que se encuentra en la etapa de padawan en fase larval (la cosa promete).
Siempre que viajo, una de la cosas que me gusta ver son los mercados, así que acudimos a un mercado de frutas y verduras próximo.
Es increíble la cantidad y variedad de frutas raras que hay aquí. No tiene ni comparación con Brasil. Por lo visto, a parte de las variedades autóctonas también se han traído frutas de Tailandia y Polinesia y que ahora se cultivan por aquí.
Bendito sea el que se trajo los mangostanes (o mangostinos que dicen por aquí), porque me puse morado.
Asombrado con lo que veía, decidí hacer una foto. Craso error: al poco rato empezó a sonar de fondo la Marcha Imperial e inmediatamente se nos acercó un empleado diciendo que alguien nos había visto hacer una fotos y si tal aberración era cierta.
Tuvimos que ir a explicarnos al encargado del mercado. Al parecer, temen el espionaje de los competidores del pueblo. Afortunadamente al decirle Martín que yo era español, esbozó una sonrisa y nos dejó pasar. Parece que sólo les preocupa el espionaje industrial local, y no el internacional.
De vuelta a Bogotá
De aquí partimos hacía Bogotá para la segunda parte del paseo: casco antiguo y Museo del Oro. Seguiremos informando.